“En diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente,
como una buena jarra de cerveza”
Jacques Lacan.
psicesaricyp@outlook.es
Emilio Granzotto
Magazine Litteraire
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EG-Cada vez se habla con más frecuencia de la crisis del
psicoanálisis. Se dice que Sigmund Freud está obsoleto, la sociedad
moderna ha descubierto que su obra no basta para entender al hombre, ni
para interpretar a fondo su relación con el mundo.
JL- Esos son cuentos. En primer lugar, la crisis. No existe tal
crisis, no puede haberla. El psicoanálisis aún no ha encontrado sus
propios límites. Todavía hay tanto por descubrir en la práctica y en el
conocimiento. En el psicoanálisis no hay solución inmediata, sólo la
larga y paciente investigación de las razones. En segundo lugar, Freud.
¿Cómo puede decirse que está obsoleto si aún no lo hemos entendido a
cabalidad? Lo que sí es cierto es que nos ha dado a conocer cosas
completamente nuevas que ni siquiera habríamos imaginado antes de él.
Desde los problemas del inconsciente hasta la importancia de la
sexualidad, desde el acceso a lo simbólico hasta la sujeción a las leyes
del lenguaje.
EG- Su doctrina pone en tela de juicio la verdad, es una
cuestión que nos concierne a todos y cada uno personalmente. Es algo muy
distinto a una crisis. Lo repito: estamos lejos de Freud. Su nombre
también ha servido para cubrir muchas cosas, ha habido desviaciones, los
epígonos no siempre han seguido fielmente el modelo, se han creado
confusiones. Tras su muerte en 1939, algunos de sus alumnos también
pretendieron ejercer el psicoanálisis de otro modo, reduciendo su
enseñanza a una fórmula banal: la técnica como ritual, la práctica
restringida al tratamiento de la conducta, y como medio de readaptación
del individuo a su entorno social. Es la negación de Freud, un
psicoanálisis de comodidad, de salón.
JL.El propio Freud lo previó. Solía decir que hay tres posiciones
insostenibles, tres tareas imposibles: gobernar, educar y ejercer el
psicoanálisis. En nuestros días, poco importa quién asume la
responsabilidad de gobernar y todo el mundo se cree educador. En cuanto a
los psicoanalistas, gracias a Dios, prosperan, como los magos y los
curanderos. Proponer a la gente ayudarla significa un éxito asegurado, y
la clientela se atropella a sus puertas. El psicoanálisis es otra
cosa.
EG- ¿Exactamente qué?
JL– Lo defino como un síntoma, revelador de la enfermedad de la
civilización en la que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía.
Aborrezco la filosofía, hace ya mucho tiempo que no dice nada
interesante. El psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo
ciencia. Digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda
bien. Terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida
cotidiana lo imposible, lo imaginario. Ha obtenido algunos resultados
hasta el presente pero aún no tiene reglas y se presta a todo tipo de
equívocos.
No hay que olvidar que se trata de algo totalmente nuevo, bien sea
con respecto a la medicina, o la sicología y a sus anexos. Además es muy
joven. Freud murió hace apenas 35 años. Su primer libro, La
Interpretación de los Sueños, fue publicado en 1900, con muy poco éxito.
Se vendieron, eso creo, 300 ejemplares en varios años. Tuvo pocos
pupilos, a quienes se les tomaba por locos, y que ni siquiera estaban de
acuerdo en la manera de poner en práctica y de interpretar lo que
habían aprendido.
EG- ¿Qué es lo que no anda bien en el hombre de hoy?
JL– Es ese gran hastío, la vida como consecuencia del curso del
progreso. A través del psicoanálisis, las personas esperan aventurarse
hasta donde puedan ir arrastrando ese hastío.
EG- ¿Qué impulsa a la gente a hacerse psicoanalizar?
JL– El miedo. Cuando le ocurren cosas, incluso cosas que desea,
cosas que no comprende, el hombre siente miedo. Sufre por no entender y
poco a poco cae en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis
histérica, el cuerpo enferma de miedo de estar enfermo, sin estarlo en
realidad. En la neurosis obsesiva, el miedo mete cosas raras en la
mente, pensamientos que no podemos controlar, fobias en las cuales las
formas y objetos adquieren significaciones diversas que suscitan miedo.
EG- ¿Por ejemplo?
JL– El neurótico se siente obligado por una necesidad tremenda de ir
docenas de veces a verificar si un grifo está realmente cerrado. O si
una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo
está como debe estar y que la cosa está en el lugar donde debe estar.
No hay píldoras que curen esto. Hay que descubrir por qué esto nos pasa y
saber qué significa.
EG- ¿Y la cura?
JL– El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, y sobre
todo con su propia palabra. Debe hablar, contar, explicarse a sí mismo.
Freud definía el psicoanálisis como la asunción por parte del sujeto de
su propia historia, en la medida en que ella está constituida por la
palabra dirigida a otro. El psicoanálisis es el reino de la palabra, no
hay otro remedio. Freud explicaba que el inconsciente no es tan profundo
como inaccesible a un examen profundo de lo consciente. Y decía que en
ese inconsciente, el que habla es un sujeto dentro del sujeto,
trascendiendo al sujeto. La palabra es la gran fuerza del
psicoanálisis.
EG-¿La palabra de quién, del enfermo o del psicoanalista?
JL– En el psicoanálisis los términos “enfermo”, “medicina”,
“remedio” no son más precisos que las fórmulas pasivas que adoptamos
comúnmente. Cuando hablamos de “hacerse psicoanalizar” cometemos un
error. Quien hace el verdadero trabajo en el análisis es quien habla, el
sujeto analizado. Aunque lo haga de la manera sugerida por el analista
quien le indica cómo proceder, y lo ayuda mediante sus intervenciones.
Él también proporciona una interpretación.
A simple vista, ella parece dar un sentido a lo que dice el
analizado. En realidad, la interpretación es más sutil, tendiendo a
borrar el sentido de las cosas por las que sufre el individuo. El
objetivo es mostrarle a través de su propio relato que el síntoma,
digamos la enfermedad, no tiene relación alguna con nada, que está
privada de cualquier sentido posible. Aunque en apariencia es real, no
existe.
Las vías por las que procede este acto de la palabra exigen mucha
práctica y una paciencia infinita. La paciencia y la medición son los
instrumentos del psicoanálisis. La técnica consiste en saber medir la
ayuda que se le da al individuo analizado. En consecuencia, el
psicoanálisis es difícil.
EG–Cuando se habla de Jacques Lacan se asocia inevitablemente
este nombre con una fórmula, el “regreso” a Freud ¿Qué significa esto?
JL– Exactamente lo que se dice. El psicoanálisis es Freud. Si se
quiere hacer psicoanálisis, hay que regresar a Freud, a sus términos y
definiciones, leídos e interpretados en sentido literal. Yo fundé en
París una escuela freudiana precisamente con este objetivo. Hace más de
20 años que expongo mi punto de vista: regresar a Freud significa
simplemente despejar el terreno de desviaciones y equívocos de la
fenomenología existencial por ejemplo, como del formalismo institucional
de las sociedades psicoanalíticas, retomando la lectura de la enseñanza
de Freud según los principios definidos y enumerados a partir de su
trabajo. Releer a Freud quiere decir sencillamente releer a Freud. Quien
no lo hace en el psicoanálisis, utiliza una fórmula abusiva.
EG–Pero Freud es difícil. Y se dice que Lacan lo vuelve
francamente incomprensible. A Lacan se le reprocha hablar y sobre todo
escribir de una maneta tal que sólo unos pocos adeptos pueden esperar
comprender.
JL– Lo sé, se me tiene por un oscuro que esconde su pensamiento tras
una cortina de humo. Me pregunto por qué. A propósito del análisis,
repito con Freud que es “el juego intersubjetivo a través del cual la
verdad entra en lo real” ¿Acaso no está claro? Pero el psicoanálisis no
es cosa de niños.
Mis libros son definidos como incomprensibles ¿Pero por qué? No los
escribí para todo el mundo, para que fueran comprendidos por todos. Al
contrario, nunca me ocupé en lo más mínimo de complacer a ningún tipo de
lector, quien quiera que sea. Tenía cosas que decir y las dije. Me
basta con tener un público que lee. Si no comprenden, paciencia. En
cuanto al número de lectores, he tenido más suerte que Freud. Mis libros
son incluso más leídos, eso me sorprende.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.
EG– ¿Cuáles son las características del lacanismo?
JL– Aún es muy pronto para decirlo, ya que el lacanismo todavía no existe. Apenas se siente su aroma, como un presentimiento.
En todo caso, Lacan es un señor que práctica el psicoanálisis desde
al menos 40 años y que durante todos esos años lo ha estudiado. Creo en
el estructuralismo y en la ciencia del lenguaje. Escribí en mi libro que
“a lo que nos lleva el descubrimiento de Freud es a la enormidad del
orden en el que hemos entrado, en el que nacimos por segunda vez, si se
quiere expresar así, saliendo del estado llamado muy acertadamente
infans, sin palabra”.
El orden simbólico sobre el cual Freud basó su descubrimiento está
constituido por el lenguaje como momento del discurso universal
concreto. Es el mundo de la palabra el que crea el mundo de las cosas,
inicialmente confusas en todo lo que está por suceder. Sólo las palabras
pueden dar un sentido cabal a la esencia de las cosas. Sin las
palabras, nada existiría ¿Qué sería el placer sin el intermediario de la
palabra?
Mi idea es que Freud, enunciando en sus primeras obras – La
interpretación de los sueños, Más allá del principio del placer, Tótem y
tabú- las leyes del inconsciente, fue el precursor de la postulación de
las teorías con las cuales unos años después Ferdinand de Saussure
abriría la vía a la lingüística moderna. Esta está sometida, como todo
el resto, a las leyes del lenguaje. Sólo las palabras pueden engendrarla
y darle consistencia. Sin el lenguaje, la humanidad no avanzaría ni un
paso en las investigaciones sobre el pensamiento. Este es el caso del
psicoanálisis. Cualquiera que sea la función que se le atribuya, agente
de sanación, de formación o de sondeo, sólo hay un medio del cual nos
servimos: la palabra del paciente. Y toda palabra amerita una
respuesta.
EG– Luego, es análisis en tanto que diálogo. Hay personas que lo interpretan más bien como un sucedáneo de la confesión.
JL- ¿Pero qué confesión? No le confesamos nada al psicoanalista. Uno
se deja llevar a decirle cosas, simplemente, todo lo que nos pasa por
la cabeza. Palabras, precisamente. El descubrimiento del psicoanálisis
es el hombre como animal hablante. Le corresponde al analista ordenar
las palabras que escucha y darles un sentido, una significación. Para
hacer un buen análisis, hace falta un acuerdo, la alianza entre el
analizado y el analista.
A través del discurso de uno, el otro intenta de hacerse una idea de
lo que se trata y descubrir más allá del síntoma aparente el nudo
difícil de la verdad. La otra función del analista es explicar el
sentido de las palabras para hacer entender al paciente lo que puede
esperarse del análisis.
EG– Es una relación de extrema confianza.
JL– Más bien un intercambio donde lo importante es que uno habla y
el otro escucha. También el silencio. El analista no plantea preguntas y
no tiene ideas. Sólo da las respuestas que quiere darle a las
cuestiones que suscitan su deseo. Pero al final del final, el analizado
siempre va a donde lo lleva el analista.
EG– Acaba de hablar de la cura ¿Hay posibilidad de curar? ¿Superar la neurosis?
JL– El psicoanálisis triunfa cuando limpia el terreno, sale del síntoma, sale de lo real. Es decir, cuando llega a la verdad.
EG- ¿Podría enunciar el mismo concepto de una manera menos lacaniana?
JL– Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real. Y real a todo
aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre
y al enfrentamiento de su personalidad. Lo real siempre regresa al
mismo lugar. Siempre lo encontramos allí, con los mismos rostros. Los
científicos tienen razón al decir que nada es imposible en lo real. Hace
falta un tupé sagrado para afirmar cosas de este tipo, o bien, como lo
supongo, la total ignorancia de lo que se hace y se dice.
Lo real y
lo imposible son antitéticos, no pueden ir juntos. El análisis empuja
al individuo hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es
verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo
real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas con
sentido, acciones que tienen un sentido.
Escuchamos repetir que hay que darle sentido a esto o aquello, a sus
propios pensamientos, a sus propias aspiraciones, a los deseos, al
sexo, a la vida. Pero no sabemos nada de nada sobre la vida. Los sabios
se afanan en explicárnoslo.
Mi temor es que por su fracaso, lo real, esa cosa monstruosa que no existe, termine por tomarlo, por arrastrarlo. La ciencia sustituye a la religión y además es más despótica, obtusa y oscurantista. Hay un dios-átomo, un dios-espacio, etc. Si la ciencia gana o la religión, el psicoanálisis está acabado.
Mi temor es que por su fracaso, lo real, esa cosa monstruosa que no existe, termine por tomarlo, por arrastrarlo. La ciencia sustituye a la religión y además es más despótica, obtusa y oscurantista. Hay un dios-átomo, un dios-espacio, etc. Si la ciencia gana o la religión, el psicoanálisis está acabado.
EG– ¿En nuestros días, que relación existe entre la ciencia y el psicoanálisis?
JL– Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la
ciencia-ficción. La otra, la oficial, la que tiene sus altares en los
laboratorios, avanza a tientas, sin equilibrio. E incluso, comienza a
tener miedo de su propia sombra.
Parece que a los sabios les está llegando el momento de la angustia.
En sus laboratorios asépticos, en sus batas almidonadas, esos viejos
chiquillos que juegan con cosas desconocidas, fabricando aparatos cada
vez más complicados e inventando fórmulas cada vez más oscuras,
comienzan a preguntarse lo que podrá venir mañana, a dónde nos llevarán
finalmente sus investigaciones siempre novedosas. En fin, yo me pregunto
¿y si fuera demasiado tarde? Los biólogos se lo preguntan hoy, o los
físicos, los químicos. Para mí, están locos. Aunque ya están en el
proceso de cambiarle el rostro al universo, sólo ahora, en el presente
se les ocurre preguntarse si por casualidad esto no podría ser peligroso
¿Y si todo saltara? ¿Si las bacterias cultivadas tan amorosamente en
los blancos laboratorios se transformaran en enemigos mortales? ¿Y si el
mundo fuera barrido por una horda de estas bacterias con toda la mierda
que lo habita, comenzando por esos sabios de los laboratorios?
A las tres posiciones imposibles de Freud, gobierno, educación,
psicoanálisis, yo le agregaría una cuarta, la ciencia. Salvo que los
sabios no saben que su posición es insostenible.
EG– Esa es una visión bastante pesimista de lo que llamamos progreso.
JL– No, es otra cosa. No soy pesimista. No pasará nada. Por la
sencilla razón de que el hombre es un bueno para nada, ni siquiera es
capaz de destruirse a sí mismo. Personalmente, me parecería maravillosa
una calamidad total producida por el hombre. Esa sería la prueba de que
ha llegado a hacer algo con sus manos, su cabeza, sus intervenciones
divinas, naturales o de otra especie.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.
EG– Otra paradoja de Jacques Lacan. Se le reprocha, además de la
dificultad del lenguaje y oscuridad de los conceptos, los juegos de
palabras, las bromas del lenguaje, los retruécanos a la francesa, y
precisamente, las paradojas. Quien lo escucha o quien lo lee tiene el
derecho a sentirse desorientado.
JL– De hecho, ya no bromeo, digo cosas muy serias. Me sirvo
solamente de la palabra como los sabios de los que he hablado se sirven
de sus alambiques y de sus instalaciones electrónicas. Siempre busco
referirme a la experiencia del psicoanálisis.
EG– Usted dice: lo real no existe. Pero el hombre promedio sabe
que lo real es el mundo, todo lo que lo rodea, lo que ve con sus ojos,
lo que toca.
JL– Deslastrémonos también de este hombre promedio que, en principio
no existe. Existen individuos, eso es todo. Cuando escucho hablar del
hombre común, de fenómenos de masa y de cosas de ese tipo, pienso en
todos los pacientes que he visto pasar por el diván en cuarenta años de
escucha. Ninguno, en medida alguna, se parece al otro, ninguno tiene las
mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de relatar, el
mismo miedo de no entender. El hombre promedio ¿quién es ese? ¿Yo,
usted, mi conserje, el presidente de la república?
EG– Hablábamos de lo real, del mundo que vemos todos.
JL- Exactamente. La diferencia entre lo real, es decir lo que está
mal, y lo simbólico, lo imaginario es decir la verdad, es que lo real es
el mundo. Para constatar que el mundo no existe, que no hay mundo,
basta con pensar en todas las banalidades que una infinidad de imbéciles
creen que es el mundo. Y yo invito a mis amigos de Panorama, antes de
acusarme de paradójico, a reflexionar sobre lo que apenas han leído.
EG– Se diría que usted es siempre pesimista.
JL– Eso no es cierto. No me clasifico ni entre los alarmistas ni
entre los angustiados. Será muy infeliz el psicoanalista que no haya
superado el estadio de la angustia. Es cierto, a nuestro alrededor hay
cosas horripilantes y devoradoras, como la televisión por medio de la
cual una gran parte de nosotros es fagocitada. Pero esto sólo ocurre
porque hay personas que se dejan fagocitar, que hasta se inventan un
interés por lo que ven.
Luego, hay otros ardides monstruosos igualmente devoradores: los
cohetes que van a la luna, las investigaciones en el fondo de los
océanos, etc. Todas cosas que devoran. Pero no hay motivo para
dramatizar. Estoy seguro de que cuando nos hartemos de los cohetes, de
la televisión y de todas las malditas investigaciones al vacío,
encontraremos otra cosa de qué ocuparnos. Es una reviviscencia de la
religión ¿verdad? ¿Y qué mejor monstruo devorador que la religión? Es
una fiesta continua para divertirse durante siglos como ya ha quedado
demostrado.
Mi respuesta a todo eso, es que el hombre siempre ha sabido
adaptarse al mal. Lo único real que podemos concebir, a lo que tenemos
acceso es justamente eso: habrá que buscarle una razón, darle sentido a
las cosas, como decimos. De otro modo, el hombre no tendría angustia,
Freud no se habría hecho célebre, y yo sería profesor de liceo.
EG– ¿Las angustias siempre son de esta naturaleza o existen
angustias ligadas a ciertas condiciones sociales, a determinadas épocas
históricas, a algunas latitudes?
JL– La angustia del sabio que tiene miedo de sus descubrimientos
puede parecer reciente. ¿Pero qué sabemos de lo que ocurrió en otros
tiempos? ¿De los dramas des otros investigadores? La angustia del obrero
esclavo en la cadena de producción como en la rama de una galera, es la
angustia de hoy. O, más sencillamente, está vinculada con las otras
definiciones y palabras de hoy.
EG- ¿Pero qué es la angustia para el psicoanálisis?
JL– Algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo, pero de
nada, que el cuerpo, incluido el espíritu, puede motivar. El miedo del
miedo, en resumen. Muchos de esos miedos, muchas de esas angustias, al
nivel que las percibimos tienen que ver con el sexo. Freud decía que la
sexualidad, para el animal hablante que se llama hombre, no tiene ni
remedio ni esperanza. Una de las tareas del analista es encontrar en la
palabra del paciente la relación entre la angustia y el sexo, ese gran
desconocido.
EG– Hoy en día, cuando el sexo se distribuye por todas partes,
sexo en el cine, sexo en el teatro, sexo en la televisión, sexo en los
periódicos, en las canciones, en las playas, se dice que las personas
siente menos angustia por los problemas ligados a la esfera sexual. Los
tabúes han caído, se dice, el sexo ya no da miedo.
JL– La sexomanía invasora no es más que un fenómeno publicitario. El
psicoanálisis es una cosa sería que tiene que ver, lo repito, con una
relación estrictamente personal entre dos individuos: el sujeto y el
analista. No existe el psicoanálisis colectivo, así como no hay
angustias o neurosis de masas.
Que el sexo sea puesto al orden del día en cada esquina, tratado
como un detergente cualquiera en los carruseles televisados, no implica
ninguna promesa de beneficio alguno. No digo que eso sea malo. No basta
ciertamente con tratar las angustias y los problemas particulares. Hay
que partir de la moda, de esa fingida liberalización que se nos da, como
un bien otorgado desde arriba, por la supuesta sociedad permisiva. Pero
no sirve a nivel del psicoanálisis.
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Fuente:
Este texto fue recuperado por la revista francesa Magazine Litteraire 428, en febrero de 2004]
La entrevista fue realizada en 1974 por Emilio Granzotto, y fue inédita hasta el 2004.
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Investigaciones Científicas y Psicoterapia
Psic. CÉSAR S. GÓMEZ SÁNCHEZ
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